Llegué a la estación Envigado por el lado de la avenida Las Vegas, después de rodear la glorieta que desemboca hacia el occidente en Itagüí y hacia el sur en Sabaneta y me aparqué en una de las calles laterales cerca de las escalas de acceso al metro. Marly esperaba de pie a la sombra de un árbol, una leve expresión de molestia se insinuaba en su cara. La observé por un momento desde el interior del automóvil: alta, delgada, coronada por una cabellera color azul real y vestida a la manera desordenada de las jóvenes rockeras. A su lado, un viejo de facciones tristes y con cara de haber perdido todas las batallas, fumaba en silencio con la mirada perdida en el asfalto.
Hacía casi un año no la veía, nuestro último encuentro había terminado de una manera abrupta, en circunstancias que no considero necesario recordar ahora y me intrigaba saber si el tiempo, había mitigado en algo su beligerante personalidad. Nos saludamos desde lejos, agitando las manos en el aire, como los pasajeros de un transatlántico que llega a puerto al final de un largo viaje. Una brisa fresca serpenteaba entre las calles y agitaba las copas de los árboles.
Condujimos por un rato en busca de un refugio a ese inclemente día de verano y terminamos tomando un café, en uno de esos impersonales establecimientos con nombres extranjeros que abundan en los centros comerciales. Hablamos largamente sobre lo que había ocurrido en su vida desde nuestro último contacto y de los inconvenientes que tenía su propósito convertirse en modelo de Pin-Ups. Aunque su recia personalidad seguía allí presente, me pareció más tranquila, dispuesta a sortear sin sobresaltos los inevitables tropiezos de la vida. Quizás la muerte de su madre, ocurrida quince días antes, haya echado nueva luz a sus expectativas…
Marly regresó de los oscuros extramuros de la droga y la auto destrucción para encontrar, al final de ese camino tenebroso, el amor y un propósito en la vida. Al parecer los demonios que ocuparon los mejores años de su adolescencia son apenas borrosos fantasmas enterrados bajo los cimientos de su nueva vida.
A los veinte años, Marly es estudiante de Gestión Ambiental, ama los animales y tiene opiniones muy claras sobre el papel de la naturaleza en el futuro del planeta. Le gusta la música, el metal especialmente, es tenaz en sus propósitos, impaciente y en general, le gusta pensar que siempre puede salirse con las suyas.
Vive en una linda casa que comparte con su novio al final de una pintoresca calle sin salida.
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