Esa tarde no le importó el frio. Entró a la casa casa a hurtadillas y fué a refugiarse en silencio en el cuarto de baño. Estaba asustada y triste. Se desvistió apresuradamente, se miró por un momento en el espejo y le sorprendió no reconocerse en aquella niña delgada que la miraba en silencio. Tomó una ducha larga, estoica, de un rigor minucioso. Su frágil cuerpo de siete años temblaba incontrolable bajo el influjo helado del agua helada de la tierra fría. Finalmente, envuelta en una toalla y tiritando de frío, recogió la ropa que habia llevado puesta, la puso en una bolsa plástica y fue a enterrarla junto con los recuerdos de ese día negro, en el fondo oscuro de un armario, entre zapatos viejos y viejas muñecas desmembradas.
La noche, acompañada de una neblina blanca y densa, descendía implacable por los sinuosos pliegues de la montaña.
Veronica tiene 27 años, un grado en psicología y le apasiona el teatro. Es delgada, trigueña, reservada, tiene el cabello negro, ligeramente ondulado y una leve, casi imperceptible, sonrisa dibujada permanente en la cara. La conocí sin proponermelo en la tienda de Luisfer, que es como los asiduos llaman al pequeño bar que ambos frecuentamos. Recuerdo haberla visto por primera vez un viernes en la noche; vestía una pequeña blusa negra, una falda larga de color rosa intenso y unas sandalias mínimas, casi invisibles, con las que al caminar, parecía no pisar el suelo. Con el tiempo entablamos una especie de amistad no declarada. Un tácito armisticio para antes de la guerra.
Hay una exótica elegancia en sus maneras, una gestualidad sigilosa y controlada que podría confundirse con una cierta proclividad por la tragedia. A veces la veo pasar por la tienda y casi siempre en plan de felino entre el follaje: Efímera, distante, indiferente. Intuyo que la desvelan los sueños o la vacuidad inherente de la existencia o quizás sea la certeza que detrás del nombre de cada cosa, solo existe el abismo, la fisura, la insondable vulgaridad del gesto.
Hace tiempo que he dejado de escudriñar sus movimientos, es claro que prefiere la distancia.
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