V. 1.2

Decirlo puede parecer un lugar común, un cliché vacío carente de significado, pero lo cierto es que Nathalia es una muchacha en busca de su propia identidad y de su lugar en el mundo. La peregrinación que habría de llevarla a internarse por los resbalosos vericuetos de la mente y las blancas salas amobladas con seres estupefactos, se había iniciado muchos años antes, cuando a la edad de seis años quedó al cuidado de sus abuelos. 

Empecé a verla en la periferia del círculo de extraños que ahora llamo mis amigos, para desaparecer luego, por días a la vez, sin explicación alguna. A veces, era el rastro frío de frases inconclusas la única evidencia de que había estado allí por un momento. En otras ocasiones, era el vestigio de luz en los charcos después de la lluvia o el bao trémulo de su sonrisa, inmóvil sobre el líquido cristal de la pantalla, el único indicio de su presencia. Confieso haberla amado en la distancia, en los espacios vacíos de los parques, en el silencio de los patines y las bicicletas, pero con el tiempo me fui acostumbrando a su ausencia, a esa forma suya de vivir tácitamente. Silenciosa, lejana, indiferente.

Nathalia tiene 22 años y le aterra la idea de, a su edad, no haber terminado ninguno de de los estudios que ha comenzado. Los fallidos intentos de carreras tan disímiles como Artes Plásticas y Gerontología han dejado en sus conciencia un sabor amargo que ella equipara a la derrota. Actualmente estudia edición de video y publica un blog con sus ilustraciones –pixiepokes.com – en las que se percibe una vena de humor juvenil, un tanto ácido, recubierto de ternura. Su conversación es lúcida e informada, llena de opiniones y preguntas. Ama los animales, los gatos especialmente, con quienes dice tener una afinidad mayor que con los humanos. No abriga grandes expectativas sobre nuestra especie. 

Durante las casi tres horas que pasé en su compañía un sábado de Septiembre por la tarde, hablamos largamente de su vida y sus ambiciones. Cuando los últimos rayos del sol escapaban por las ventanas de esa casa de ensueño donde vimos caer el día y sus hermosos ojos verdes se llenaban de la nostalgia de las sombras, me pareció vislumbrar por un momento, que allí en la incipiente penumbra, en medio de la belleza siniestra de aquel lugar insólito podía sentirse finalmente protegida, tranquila, feliz…