Fue amor a primera vista. La mañana en que la vio llegar acompañada de los chicos que hacían acrobacias en la esquina a cambio de unas monedas, supo que era distinta. Le encantaba su fuerza, la precisión de sus piruetas, el brillo de su piel bajo el inclemente sol del mediodía, su risa, su cabellera endemoniada, la tensa fluidez de su cuerpo girando en el aire como una hoja seca atrapada por el de viento. Estaba deslumbrado.

Al atardecer, cuando la vio marcharse calle abajo en direccion del sol, le quedó una sensacion de vacío en el estomago, unas ligeras ganas de vomitar, de beber un trago fuerte para apaciguar el aleteo de murciélagos en las entrañas. En la noche no pudo conciliar el sueño. 

Se convirtió en su incondicional admirador en la distancia. La veía llegar en la mañana, hacer sus acrobacias frente a los carros que se detenían por un momento y marcharse en la tarde después de repartir con sus amigos, el pequeño botín de monedas conseguido. Había aprendido a aceptar su indiferencia como la condición indispensable para no perderla. 

Habían pasado meses desde que la vio por primera vez y se sentía contento.El sol brillaba entre los árboles y una brisita fresca recorría las calles y se enredaba a las faldas de las muchachas. Era un dia perfecto. En la distancia vio a los chicos caminar en su direccion y se sorprendio de no ver a Milena entre ellos. No quiso alarmarse para no ahuyentar los buenos augurios. 

Al atardecer la escuchó reír a sus espaldas. Llegó hasta su lado y lo tomó por la cintura como si fuera lo más natural del mundo. Una oleada de calor subió hasta su cara y a su alrededor todo se detuvo. Estaba rojo como un tomate! Los chicos saltaron a la mitad de la calle y ejecutaron las más audaces acrobacias. Milena, aferrada a su cintura, daba vueltas a su alrededor llena de felicidad. Fue un momento glorioso!. 

Cuando los carros reiniciaron la marcha, los chicos corrieron hacia ella y la levantaron en hombros. Vestía zapatos de tacón alto, una falda negra ceñida hasta la rodilla y blusa de seda blanca. Parecia una estrella de cine.

– Voy a casa a cambiarme – dijo tan pronto la los chicos la depositaron en el suelo. Recompuso su vestido y atravesó la calle con una premura inusitada. Luego se dio media vuelta, agitó la mano en señal de despedida y una leve sonrisa se insinuó en sus cara. Supo entonces, que era la última vez que la vería. 

Quiso correr tras ella pero lo detuvo su deber de funcionario y continuó haciendo los cambios de luces de la manera programada: Verde… Amarillo… Rojo, en la misma monótona  secuencia. En la noche finalmente sucumbio al peso de su ausencia y se fue apagando lentamente hasta que la única evidencia de su amor fue una luz amarilla intermitente rasgando la oscuridad. Llovia torrencialmente. 

Milena es productora de espectáculos, tiene 36 años, dos hijos y una hija. Nunca ha regresado a trabajar a esa esquina.