V. 1.07
Lisseth posee la determinación del tahúr que lanza los dados sobre la mesa sin otra certeza que lo inevitable de ese mínimo instante en que el azar urde la imperceptible trama del destino y la fortuna imparte su inapelable veredicto. Suerte de fatalismo que podría interpretarse como indiferencia de no ser por la estricta disciplina con que conduce sus asuntos.
La conocí un soleado mediodía a finales de Enero. Fue un encuentro breve y metódico, con poco margen para la empatía, como una visita de rutina al médico. Tomamos unas cuantas fotos, almorzamos en uno de esos restaurantes de supermercado en las inmediaciones del antiguo Palacio Nacional y hablamos un poco de su vida. Fuerte de carácter y apasionada en sus opiniones, no particularmente extrovertida o amigable. En su actitud es posible entrever las maneras de quien no tiene tiempo que perder y le importa poco la opinión ajena. Dice sentirse insegura en las calles de Medellín pues le ha tocado vivir en carne propia, la violencia de la intolerancia y la delincuencia.
Lisseth es pequeña, delgada, con un figura perfectamente proporcionada y un rostro clásico de facciones delicadas como dibujado por Botticelli. Contrajo matrimonio el mismo día en que cumplió 18 años y actualmente se encuentra separada. “Ninguno de los dos era feliz” me dijo, en lo que me pareció una nota al margen de un capitulo olvidado de su vida. Trabaja de tiempo completo en una tienda de ropa, es radicalmente vegetariana, estudiante de artes plásticas, coleccionista de tatuajes y modelo de Pin Up.
Cuando nos despedimos después de una apresurada caminada hasta la universidad de Bellas Artes, trate de imaginarla el día de su boda y todos los escenarios me parecieron imposibles. Tiene 22 años.
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